Tres personajes huyen de un francotirador. Luego de un rato se tranquilizan. Están cubiertos de barro, en una especie de lago. El francotirador aprovecha la oportunidad y dispara, matando a uno. Los otros arrancan por un camino de piedras, entre cerros, rumbo al terminal de buses. El líder ha faltado a uno de los mandamientos. Ha actuado por venganza.
Mi mujer e hija me llaman desde el segundo piso. Por el grito me doy cuenta de que han encontrado algo desagradable -un insecto, tal vez. Entonces apago las luces y enciendo mi pequeña linterna láser. Se trata de un ratón. Más bien una rata enorme. Se mueve muy lento y sigue la luz proyectada por el haz de mi láser, como aturdida. De a poco descubro otros espacios que no conocía y que ahora son iluminados por la luz roja. La muralla no alcanza a terminar en el suelo, tiene una hendirura rectangular. Es la habitación de la rata, que se acerca ahora y se transforma en un niño.
Necesito presentar una música a una compañía de teatro. Alguien me pasa un acordeón grande. Apagan las luces y comienzo a pulsar los botones. En vez de producir notas, el acordeón reproduce una grabación de una voz, que cuenta la historia de un niño. Yo debo hacer funcionar el acordeón, así que cuando abro y cierro el fuelle debo pulsar otro botón para no interrumpir la historia. Al final se prenden las luces y los actores me dicen que les ha parecido aburrido. Yo me molesto mucho con ellos y les replico que no tienen idea del aburrimiento.
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