Friday, March 30, 2012

Sueño del 30 de marzo

Discutía con mucha gente. Estaba en una oficina y me llamaban de una universidad. La voz al otro lado del teléfono era un tipo norteamericano, pero hablando como máquina. Tal vez alguien escribía un texto y generaba  la voz a través de un computador. Me alegaban porque no había ido a hacer una clase. Yo les decía que se metieran la clase y la universidad por donde quisieran porque renunciaba. Corté. En eso llega una chica vestida de negro a mi escritorio. Mi jefe me hace una seña desde el fondo de la sala. La chica se muestra muy cariñosa y complaciente. Se sienta en mis rodillas y comienza a acariciarme una oreja. Yo me levanto y voy donde mi jefe. "Ten cuidado" -me dice- "A ella solo le interesa vender perfumes". Vuelvo y la veo en el suelo envuelta en papel de oficina, con dos o tres colegas animándola. Luego estoy con más gente en una plataforma muy alta y con grandes ventanales. Los ventanales dan a unas montañas gigantes y muy verdes, prácticamente encima de nosotros. El suelo es de piso flotante y creo que se trata una fiesta mechona. Luego me levanto y veo que por debajo corre un gran río, por donde pasa un transatlántico. "Parece de mentira" -le digo a un compañero, teniendo la intuición de que se trata de un sueño. "En mi ciudad es distinto. Las montañas son más pequeñas y hay más cielo. En mi ciudad las nubes son lo importante" -agrego. Bajamos de la terraza y no veo ninguna escalera y me da mucho vértigo. Bajamos por un tubo -a lo Batman- y cuando llegamos abajo no hay río ni montañas, solo un camino de tierra parcialmente mojado. Hace calor y el clima es muy húmedo. Hay perros blancos echados en el patio de alguna casa de campo. Luego mi ex mujer arranca de la cama. Luego mi hija aparece con una escoba. Luego discuto con mi hermana y decido botar al basurero las acuarelas que hice y que se derritieron con el calor.

Monday, March 26, 2012

Sueño del 25 de marzo

En la escena final de mi sueño caminaba por Camilo Henríquez, de noche. Las veredas eran más anchas y no había mucha gente. Unas personas venían en sentido contrario; estaban disfrazados con unos atuendos rarísimos. Uno tenía un tocado gigante en la cabeza, como esos guardias ingleses. Yo venía vestido con una manta, parecida a la de Clint Eastwood y tenía los audífonos puestos. Venía de otros dos o tres sueños, en distintos lugares y con distinta gente. En el primero, llegaba a una casa antigua de varios pisos, donde tenía que trabajar haciendo clases. Luego me daba cuenta de que también vivía ahí, junto a mi padre y a mi hermana. Me paseaba por los pasillos en el día, y yo había nadie. Solo el ruido del viento en las ventanas abiertas y pósters antiguos con mujeres semidesnudas. Se hacía de noche. Veíamos una película donde unas personas se encontraban otras personitas diminutas -como en aquel poema de Bukowsky o alguna cinta de Lynch- pero sin querer mataban a una, en la puerta de una discotheque sadomasoquista frecuentada por actores de la tele. Entonces la pareja responsable de la muerte decidía cambiar a su madre (vivían con la suegra), porque alguien debía ocupar el lugar de la personita. Quedaban todos felices, menos el nieto, que juraba vengarse por la desaparición de su abuela. Luego el niño crecía y andaba en bicicleta sobre mesas de vidrio. Yo le decía que tuviera cuidado y de pronto me daba cuenta de que me salían pequeños gusanos en el brazo. Disimuladamente sacaba uno y lo aplastaba. TAL COMO EN LAS TRES CORONAS DEL MARINERO. Luego me iba de ahí y estaba en la calle, sentado en un pupitre con una lámpara. Estaba lleno de gente esperando a que abrieran un negocio. Yo vaciaba mi billetera, sin importar si me estaban viendo. Cuando me iba, veía un gran canasto con tubos y envoltorios plásticos con forma de caballo. Eran negativos para fotografía, o algo así. Papel fotográfico.